Hoy quiero contarles algo que veo seguido en mi consulta de podología clínica: el famoso granuloma piógeno. Muchos pacientes no saben ni cómo se llama esa “pelotita roja que sangra con mirarla”, pero sí saben que apareció justo ahí donde tenían una uña encarnada.
Y sí, suele pasar cuando una onicocriptosis (uña enterrada) no se trata a tiempo o se manipula demasiado en casa.
¿Por qué se forma?
El cuerpo es sabio, pero a veces se entusiasma. Cuando el borde de la uña se clava en la piel, produce una herida. Y si esa herida se mantiene en el tiempo (por el roce constante, zapatos apretados o infecciones), el cuerpo empieza a “reparar” y manda sangre, células, tejido... hasta que sin querer forma un exceso de tejido. Ese exceso se llama granuloma piógeno.
Es como si el cuerpo quisiera tapar el hoyito de la herida y se le fuera la mano con el cemento.
¿Cómo se ve?
Parece una bolita roja intenso, muy vascularizada, que crece rápido y que sangra con nada. A veces hasta molesta más que la misma uña enterrada. Algunos pacientes me dicen: “me sale como carnecita” o “tengo un porotito que no se va”.
Y no, no es pus. A pesar del nombre, el granuloma piógeno no tiene pus. Es tejido lleno de vasos sanguíneos, muy frágil.
¿Es grave?
No es maligno, no es contagioso y no da fiebre. Pero sí molesta un montón y no va a desaparecer solo si no se trata la causa: la uña encarnada. Además, al sangrar tanto, se puede infectar o complicar más la zona.
¿Cómo se trata?
Desde mi experiencia, lo primero es resolver la causa: liberar correctamente el borde ungueal que está incrustado. A veces basta con una curación y un buen manejo podológico. Otras veces el granuloma es tan grande que hay que retirarlo (con cauterización, curetaje o derivación médica si es muy rebelde).
Yo siempre recomiendo evitar tocarlo en casa, porque manipularlo empeora la inflamación. También es clave usar calzado cómodo, no apretado, y mantener la zona limpia y ventilada.
Rubí Gutiérrez Abarca


